La fuerza del perdón

Guardar rencor hacia quien nos ofendió se convierte en una carga difícil de soportar. Conforme pasa el tiempo, se torna más pesada. Nos roba la paz. Lleva a que nuestras acciones y pensamientos estén volcados hacia el ofensor. El resentimiento toma forma. Se convierte en una sombra que nos sigue a todas partes. 

Olga Lucía experimentó esta situación pero decidió liberarse. Lo hizo en una forma inusual. Perdonó a quien le causó el daño. Pudo recurrir a la venganza –muchos lo habrían hecho—pero sabía que no era el camino indicado. Por el contrario, habría agravado el asunto. 

El apóstol Pablo enfrentó una situación similar. Pese a sus desvelos por ayudar al prójimo y predicar la Palabra de Dios, alguien en particular se empeñaba en tornarle la vida imposible. Lo difamaba. Desconocía su autoridad. Cuestionaba su ministerio. ¿Qué hizo Pablo?¿Cuál fue su reacción?¿Qué camino tomó? Las respuestas a este y otros interrogantes, las hallamos en la segunda carta a los Corintios, capítulo dos, versículos del cinco al once. A partir de ese texto, podemos aprender varios principios de vida cristiana práctica. 


Sí Dios nos perdonó, también nosotros debemos perdonar a quienes no ofenden, demostremos el amor de Dios en nuestras vidas.

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