¡Corazones desesperados!

Es como estar justo en la orilla de la playa, cuando las olas mojan un poco tus pies. Puedes avanzar más y dejar que el agua salada te llegue hasta las rodillas. También puedes sambullirte y como Cousteau explorar las profundidades del Océano.

A veces te sientes como parado en la orilla. Mirando e imaginando todo el mundo que existe, que sabes que existes, pero que aun no lo has visto.


No es siempre, lo confieso, pero hay veces que el corazón me salta con fuerza. Me grita que hay mucho más para conocer en mi Señor. Y para sorpresa mía, he visto esta inquietud en otros. Casi le han tocado. Sus ojos se han cerrado, pero sus corazones han sido abiertos a cosas que ojos jamás han visto.

El Apóstol Pablo escribió a los hermanos que continuamente oraba para que ellos tuvieran espíritu de revelación y sabiduría en el conocimiento de Dios. Este mismo hombre fue quien dijo que había visto cosas que le era difícil decir en nuestro mundo. El fue un día literalmente tumbado por una fuerza de otro mundo y su vida jamás fue la misma.

Tengo hambre de esto. No de cosas extrañas por que sí. Tengo hambre de este Dios que creo los mundos con su sola Palabra. ¡Pero y donde más encontraré esta clase de poder! Me  resisto conformarme a la rutina de la vida y dejar que la vida se me pase sin ver lo que se ha prometido para nuestra generación, para nuestros jóvenes y para La Iglesia. 

Deseo algo más que reuniones con canciones repetidas, con sentarse por dos horas a escuchar, cantar y salir del edificio. ¡De veras que esto es todo!? ¡Ja!, pregúntale a Jacob,  Moises, Pablo, Pedro, Juan Knox, Aimee Semple McPherson, Smith W., Charles Spurgeon, y tantos otros hombres y mujeres que conocieron, "vieron", experimentaron lo asombroso del poder de Dios sobre sus vidas. Cuando leo de ellos, de sus vidas, en verdad, me dan ganas de gritar: ¡yo se que hay mas!

Anhelo ver las conversiones radicales de mi familia, las vidas que son transformadas, las sanidades del corazón y las cadenas rotas. Anhelo ver la santidad contagiosa en mi vida. Quiero dejar de hablar y argumentar para se solo un canal del poder del Señor. ¿O no habita el Espíritu Santo en mí? No se tú, pero esto a veces me desespera. Deben haber, sé que los hay unos cuántos hambrientos de estas cosas. Si esto expresa un poco lo que estas experimentando, mi hermano, mi hermana, estamos en un camino cuyo fin son las aguas poderosos del Señor barriendo nuestra ciudad, nuestra nación. Es hora de sambullirnos en las profundidades del amor del Señor. 

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